Las batallas entre el Bien y el Mal
entre Dios y su Diablo
ya me quedan lejanas,
y, a pesar de ello,
me conmueven y me remueven
en lo más profundo.
La lucha se atempera
pero no desaparece,
permanece soterrada
largo tiempo, latente,
hasta que una chispa de nuevo la enciende.
Luz y oscuridad pelean,
reliquias de una misma esencia,
condenadas a con-vivir
a co-existir simultáneas.
Nada es la una sin la otra.
Nunca habrá vencedora ni vencida.
balanza inmisericorde que las bambolea
hasta que, exhaustas, recurren al precario equilibrio
y vuelven a tomar fuerzas para enfrentarse de nuevo,
tal es su intrínseca naturaleza.
La misma moneda,
cara y cruz,
blanco y negro,
frío y calor,
noche y día
son huesos del esqueleto de la vida,
de su aliento y desaparición.
Vida y muerte.
Dentro y fuera.
Una guerra inconclusa, pues no existe como tal.
La Vida acontece y los extremos se tocan,
vuelven a empezar, una y otra vez,
en un círculo que se transforma en espiral
y nos hunde en el infierno
para luego elevarnos, alto, de un solo impulso.
Hermanos, hermanas de sangre y de fuego,
de aire, sal, humedad y tierra.
Claridad y tinieblas al mismo tiempo.
Vida y muerte se confunden.
En realidad, sólo se trata de una batalla más,
perdida desde el principio.
La muerte siempre sucede a la vida
y al revés en el mismo instante.
Dios/a y el Diablo/a están en una y en otra.
Aquí y ahora.
En ti. En mí.
Corre y ve hacia ellas.
Cristina Serrat